El matrimonio y la informática

Es curioso cómo dos cosas tan diferentes pueden tener tantos puntos de semejanza. Véase si no. Cuando la gente se casa (cursillos prematrimoniales o papeleo de Juzgado aparte), queda sobreentendido, sobre todo para consuegros y algún inocente de los que todavía quedan, que va a ser «para toda la vida». Lo mismo que cuando te compras un ordenador. Resulta que la coyunda acaba siendo lo de menos, porque se necesitan además múltiples accesorios. En un caso, salvo incorregibles, productos derivados del latex o pasada por la farmacia. No hablo de hipoteca por no mentar la bicha, piso, muebles, electrodomésticos, letras para ir pagando cuadrillas y tresillos, aire acondicionado, etc. etc., el coche, que tiene que ser nuevo, claro, más un sinfin de menudencias no tan menudas.

Continúa…

Lo mismo que con el ordenador. Vas a vivir con algo que no entiendes, pero que es maravilloso, igual que te pasa con la parienta. Podrás hacer con él mil y dos filigranas, igual que … A todo el mundo le funciona muy bien -el aparato- pero el tuyo iría mejor si se complementase con la web caro y dieciocho cajitas más, incluyendo la consiguiente maraña de cables que te traerá loco buscando dónde los vas a enchufar y que no estorben ni se vean, que hace feo. Pero así podrás hablar con un señor de Chile, por ejemplo, que maldita la falta que te hacia hasta ahora. Más pronto que tarde, empiezas a notar que la cónyuge cada vez con más frecuencia tiene jaquecas nocturnas, siempre a la misma hora o tú has llegado hecho unos zorros y al poco estás roncando sin pudor.

Amanece un nuevo día. Enciendes el ordenador e intentas sacar algo de sus malditas tripas, pero el trasto dice que no, porque también tiene jaqueca electrónica o fatiga coyuntural. Lo apagas resignadamente y empiezas a pensar si no se tratará de una epidemia lo que ha entrado en tu casa. Piensas: «A ver si luego a mañana … »
Llegan las rebajas y tu apetecible consorte se lanza a la calle Visa en ristre. Tú, que te has quedado en casa por fin solo pero temiéndote lo peor, miras de soslayo al monstruo informático que tienes delante, aprietas los botones pertinentes -que por fin has conseguido saber cuáles son- y buceando de acá para allá, después de saltar por encima de un montón de recetas de cocina, acabas tropezando con ese libro imposible de encontrar o con los dos sellos de correos que andabas buscando. Total, que picas y compras. Al buen rato vuelve la señora de la casa, que se ha encontrado con trescientas amigas y lo que es peor, anuncia que ha acordado con su madre, tras 45 minutos de móvil, que se venga a comer. Abatido ya por completo, vuelves la vista al ordenador como pidiendo asilo y ¡oh milagro! resulta que funciona. Tienes no sé cuántos correos basura, un puñado de mensajes idiotas que hay que borrar, la película que querías bajar al final no se ha grabado vaya usted a saber por qué y entonces eres tú el que tienes jaqueca y ganas de morirte. Para que luego digan que no hay similitudes entre el matrimonio y la informática.

Vía: Melilla Hoy

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